Un periódico cosido a mi alma

Si hay algo que tengo cosido a mi alma es la relación afectiva con el diario EL PAÍS de Cali. Conozco su historia, porque de alguna manera es la historia de mi familia, y he sido testigo de muchos de sus cambios y participé en muchos de sus trabajos periodísticos que produjeron gran impacto.

A la izquierda, don Álvaro Lloreda Caicedo, fundador del diario El País de Cali, conversa con mi padre Eduardo Figueroa Coral, quien dedicó su vida al periodismo y a este periódico.

Tal es la relación, que somos tres generaciones de periodistas que nos hicimos en este periódico que hoy está cumpliendo 70 años: mi padre Eduardo Figueroa Coral, yo Eduardo Figueroa Cabrera y mi hija Verónica Figueroa Montealegre.

Mi padre buscó conectarse con el diario desde que se fundó (en 1950) y lo estuvo hasta que él murió (en 1990): primero como colaborador, luego como corresponsal, al tiempo que era distribuidor; más tarde fue reportero, columnista, para rematar su carrera como coordinador general. Y siempre estuvo orgulloso de eso. Y orgulloso de ser amigo del fundador, don Álvaro Lloreda o Don Lalo, como le dijo siempre con respeto.

Yo crecí con el periódico y, por supuesto, con sus tiras cómicas que eran lo máximo para mí. De niño varias veces estuve en la vieja casona de la carrera 5 con calle10. Y vi los linotipos en funcionamiento y fui amigo de los linotipistas y conocí los lingotes de plomo y me embobaba viendo cómo se transformaban en textos. Ese era un ambiente normal para mí y por eso nunca pensé en ser periodista.

Sin embargo, las cosas se dieron porque tenían que darse. Ocurrió en 1971 cuando se avecinaban los VI Juegos Panamericanos y Cali era la sede.

El periódico necesitaba refuerzos de personas que estuvieran estudiando en la universidad (sin especificar carrera) y que tuvieran conocimientos de algún deporte para vincularlas durante dos meses (julio y agosto) y cubrieran las competencias y escribieran sobre los resultados.

Mi padre me convenció con el argumento de que con esa plata que me iba a ganar (tres mil pesos) podía sobrevivir dos semestres de la universidad.

Y así ingresé formalmente a una sala de redacción. Me tocó estrenar sede (el actual edificio de la carrera 2 con calle 23) y estrenar sistema de impresión: el offset que no necesitaba de linotipos, ni de plomo, ni de clichés.

A partir de ese momento mi vida se vinculó al periodismo y su sinónimo: El País.

Durante mi experiencia reporteril tuve la fortuna de vivir momentos históricos que, dependiendo del suceso, se convertían en ediciones extra, lo cual era otra aventura. Todo el personal, de los directivos hacia abajo, éramos contagiados por el frenesí que produce el paso de los minutos mientras se edita el periódico para sacarlo a la calle en el mismo día en el que se estaban dando los acontecimientos. Compitiéndole a la televisión y a la radio.

Estando en El País pude cubrir acontecimientos alucinantes. Como el terremoto de Tumaco, sin tener cómo movilizarnos desde Cali, mientras la competencia (Diario El Pueblo) tenía avioneta propia; pero logramos llegar y volver para contar.

Gracias a El País aprendí a tomar fotos, a escribir bajo presión, a mantener la cabeza fría cuando el peligro acecha (como una emboscada que sufrimos subiendo a Toribío y en la que pude hacer un registro gráfico en acción).

Gracias a El País pude estar cerca de tres mitos: Juan Pablo II, la Madre Teresa de Calcuta y el padre Álvaro Ulcué Chocué; y conocer personajes famosos de la política, la farándula, el arte, el deporte. Y también compartir con colegas muy profesionales y casi todos buenas personas.

Porque sé que me es imposible mencionar a todos los amigos que se me vienen a la mente al evocar estas siete décadas, prefiero no mencionar a ninguno para no dejar de lado a nadie.

Gracias a El País aborté la arquitectura y me formé, además de periodista, como docente y estudié para ello (me tocaba orientar a los primíparos practicantes que llegaban al periódico y le fui cogiendo gusto a la enseñanza); eso hizo que me vinculara al naciente Programa de Comunicación Social de la Universidad Autónoma de Occidente.

Y gracias a eso colaboré como profesor de redacción y periodismo en la formación de muchos estudiantes que, justamente ahora, tienen cargos directivos en El País.

Historias hay muchas, algunas desconocidas, como la vez que El País tuvo que imprimirse en la rotativa de la competencia. Pero esta la quedo debiendo, pues se vale manejar el suspenso.

Felicitaciones a los directivos, felicitaciones a mis colegas periodistas, felicitaciones a mis exalumnos por hacer parte de esta gran familia y vamos a salir de esta más fortalecidos que nunca.

Cali, 24 de abril del año de la pandemia (2020)